miércoles, 10 de marzo de 2010

Caminos de seda II

Ignoraba a la gente que se encontraba alrededor, para proseguir con el viaje que había comenzado desde los altos montes, tan lejos de la metropolitana ciudad. A su espalda llevaba un saco, con una cantidad abundante de verduras. Era curioso que, pese a su edad, era capaz de cargar tanto peso, aunque, de cualquier modo, no era de extrañar debido a que esos individuos, rupestres y definidos tambien como brutos, estaban curtidos después de una larga vida de trabajo, teniendo una fuerza inmesurable. Mejor era no cruzarse con una de sus manos.

Aunque fuese lógico pensar que se dirigía hacia la recova* de la ciudad, no fue así, caminando cuesta abajo por el entrelazado de callejuelas que conformaban el casco viejo de la ciudad, por las cuales transitaban personajes peculiares, prostitutas y mendigos. Continuó por la calle central hasta desviarse hacia la derecha en una esquina más oscura aún si cabe de lo que ya era aquella lúgrube zona.

Se paró frente a una casa algo desaliñada y afectada por el paso del tiempo. En sus días de gloria debió pertenecer a una familia adinerada por su extravagante arquitectura exterior, sin embargo, hoy parecía un edificio abandonado. Tocó tres veces en aquellas puertas robustas, hechas por una exquisita madera de roble -puede que lo único que cuidasen tan bien-. Abrieron.

- ¿Se encuentra la señora?-dijo.

Lo hicieron esperar unos segundos hasta que finalmente entró.

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* mercado